lunes, 21 de marzo de 2011
Louise Élisabeth Vigée Le Brun
Joven e ilusionada a los 36 años, dices, y tienes razón. Aunque pinte sus canas, y se sorprenda de la palidez de su propia piel.
Joven e ilusionada en Florencia, en la primera etapa de un exilio de más de una década. Quizá por eso tuvo que pintar sus propias canas: aquella revolución no entendía que ella también era una revolucionaria. Que ella también era Libertad. Que ella también era Igualdad.
Joven e ilusionada, con su boca entreabierta. Y sus dientes, perfectos –todo un lujo en el siglo XVIII-. Pequeños y perfectos, enmarcados por el tenue brillo de unos labios jóvenes e ilusionados. Aunque en los ojos, en los párpados, se le adivinen demasiadas noches de pesadilla, de brumas y carreteras hostiles.
Aunque también habite la luz de dos copos de nieve en las pupilas.
Joven e ilusionada, tal vez, porque Julie le sonreía, y le restaba gris a sus lienzos.
Y se soñaban en la Galleria degli Ufizzi.
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A la pobre moña se le cayeron los pinceles de tanto pintar: más de 660 cuadro, entre ellos, algunos de los más famosos de María Antonieta. Elisabeth Louise pintaba a la reina de Francia, Madame Tussaud le daba clases de dibujo a los niños. Las dos saldrían despedidas por la Revolución. La segunda, exiliada en Inglaterra, se prometería a sí misma no regresar nunca a Francia. Y lo cumplió: allí montó su chiringo de cera y allí murió, a los ochenta años.
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